CRÍTICA: Baby Driver - Decepciones privadas




He visto Baby Driver en el cine. Dos veces. Tras la primera era difícil expresar mi opinión al respecto. La segunda vez, hace un par de días, ha sido útil para captar pequeños detalles y poner las cosas en perspectiva. Tenía ganas de verla, como es natural, y es que para valorar esta película quizá haya que poner un poco de contexto por delante.

Baby Driver está dirigida y escrita en solitario por Edgar Wright (Reino Unido, 1974), un cineasta con una trayectora relativamente corta y quizá poco conocida. Después de lo que ahora se considera una serie de culto, Spaced, estrenó, entre 2004 y 2013 la llamada Trilogía Cornetto, compuesta por Zombis Party (Shaun of the dead, en inglés), Arma Fatal (Hot Fuzz), y Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End). Estas tres películas, junto con Scott Pilgrim contra el mundo, la adaptación al cine del cómic homónimo, hicieron destacar a Wright como un director enérgico y con personalidad. Su talento para la comedia visual, para crear planos originales e interesantes y dotar al conjunto de un ritmo impecable eran señales de que estábamos ante, ni más ni menos,  un artesano del cine. Da, en algunos casos (en Arma fatal especialmente, en mi opinión), la sensación constante de tener muy claro lo que está haciendo y a dónde quiere llevar sus historias, y esa seguridad se transmite al espectador, al que le dice a las claras que se relaje, que se deje ir y disfrute, que de lo demás ya se encarga él. Esta filmografía, de manufactura visiblemente británica (con la excepción de Scott Pilgrim, estadounidense pero aún con un presupuesto modesto y un estilo más cercano al cine de autor), supone un contraste con su nueva cinta, esta Baby Driver, con una producción más americana y más similar a la de un blockbuster.


La trilogía que dejó el listón tan alto para Edgar Wright. Recomendadísimas.

Todas estas películas (de nuevo, exceptuando Scott Pilgrim) están guionizadas por Edgar Wright, sí, pero también por su actor fetiche, Simon Pegg (Reino Unido, 1970), que ya escribió para la mencionada Spaced. Pegg es un actor muy interesante y una de los puntos fuertes de la Trilogía Cornetto, pero yo daba por sentado que su aportación al guión no pasaría por mucho más que improvisaciones divertidas o ingeniosas que se incluyeran en la versión final. Yo creía sinceramente que esas historias venían casi enteramente de Edgar Wright. Nunca habría dudado de su capacidad como guionista.

Pero he visto Baby Driver.

Y es que este contexto es importante, porque yo he visto Baby Driver, sí, la he visto con ganas, la he visto como el niño que espera la Navidad. Con deseo, con ansia, con esa seguridad casi ciega de que me podía dejar ir, de que él ya se había encargado de todo. Y no.

Yo ya sabía más o menos de qué iba el asunto. Ya sabía que este era su primer guión en solitario, que era una película que llevaba nosecuantos años gestándose en su cabeza, que aunaba sus dos pasiones, la conducción y la música, en lo que era “su película más personal”. Y por eso, y no por otra cosa, es por lo que mis expectativas eran altas. Llamo a Baby Driver una decepción privada. No es una decepción pública. No es una decepción objetiva. No es una película mala, ni muchísimo menos. Está, de hecho, bastante por encima de la media en lo que a cine comercial se refiere. Pero yo salí del cine con una sensación como incómoda, como de no haber visto, como se decía, al mejor Edgar Wright.

Me he pasado dos semanas rumiando, pensando en cual era mi problema con Baby Driver. Y lo he descubierto al volver a verla y analizarla por primera vez sin expectativas, con la absoluta falta de pasión que solo puede conseguirse a partir del segundo visionado, cuando ya estás preparado para lo que te vas a encontrar.

Baby Driver tiene, sin entrar en spoilers, muchísimos detalles magníficos. Los primeros veinte minutos son del mejor cine que he visto este año en la gran pantalla. Es CINE, con mayúsculas. Es original, es desafiante, es provocador, es magnético, y cuando te quieres dar cuenta los ojos te hacen chiribitas. Habrá por ahí gente a la que le pase eso simplemente por la conducción o por los atracos. Habrá gente más atenta que se quede embelesada con la música y su sinergia con lo que sucede en el plano. A mí, que todo eso ya me hacía admirarla, me asombró la precisión de la cámara, los juegos visuales, la forma que tiene todo de envolverte y meterte de lleno en su mundo. Y ahí te quedas, disfrutando como un enano, en la butaca.

Y sin embargo el tiempo va pasando y ves que eso ya no te deslumbra tanto, cuando se te ha pasado el shock inicial. Sigue siendo bueno, pero ya no llena. Porque en ese momento lo que empieza a pedirte el cuerpo es algo de chicha, un poco de historia, y eso no llega a suceder del todo. El guión empieza a hacer aguas después de esa primera media hora, más por previsibilidad y falta de originalidad que por errores.


Baby es el personaje más carismático e interesante en esta cinta, sin demasiada competencia. 

Hablemos de los personajes. Nuestro protagonista es Baby (Ansel Elgort), un personaje silencioso, perspicaz y misterioso que se nos hace interesante precisamente porque, a veces, le vemos soltarse y ser más expansivo, bailar, cantar, enamorarse. Es una forma muy efectiva de empatizar con él. Hay numerosos momentos en los que Elgort logra transmitir una cierta universalidad en su forma de afrontar la vida, reservándose ante los demás, intentando sobrevivir a las circunstancias lo mejor que puede. Al mismo tiempo, hay pinceladas que matizan el personaje y le dan profundidad, como su relación con la música o con su padre adoptivo.  Es, en mi opinión, el personaje menos arquetípico de toda la película, hecho que se agradece, pero que resulta un mal listón con el que comparar a los demás.

Porque los demás, sinceramente, parecen un poco bastante prefrabricados. Kevin Spacey hace muy eficazmente de Kevin Spacey, que se le da muy bien. Jamie Foxx interpreta, un poco exageradamente, a un cliché con patas, un personaje que es fácilmente intercambiable con el que interpreta Jon Bernthal. John Hamm es ligeramente más complejo y rescatable, pero su compañera, la muy publicitada Eiza Gonzalez, aún teniendo potencial, se queda a medio gas, y da para poco más que ser arrebatadoramente hermosa.
De Lily Collins no se si hablar aparte. Hay sentimientos encontrados con su personaje. Por un lado, su Debora es simple hasta decir basta y el hecho de que, narrativamente, funcione como poco más que un pegote para Baby (que habría tenido las mismas problemáticas si no la hubiera conocido en este metraje, por lo que ni siquiera puedo considerarla un elemento motivacional) me hace bostezar al recordarla. Por otro lado, sí hay que reconocer que la interpretación no es mala y que sus diálogos e interacciones resultan creíbles como inicio de romance, al menos durante el principio. Por supuesto, con sólo dos personajes femeninos (un interés romántico inocente y otro sexualizado), la representación de las mujeres en esta película deja, por decirlo suavemente, mucho que desear.

Esto nos deja con que la película se mueve casi todo el tiempo en los mismos círculos, sin sorprendernos prácticamente en ningún momento. Un gran porcentaje de lo que se ve en Baby Driver se ha visto antes en otro sitio con el mismo enfoque. Y muchos diréis que eso le pasa a buena parte del cine actual, y es cierto. Mi decepción viene de que, simplemente, a Wright no le había pasado aún.

Si nos fijamos en el resto de los aspectos de la película, más allá de tramas predecibles y de personajes arquetípicos, hay que destacar, por supuesto, una fantástica banda sonora. En este sentido Wright es más Wright que nunca, cosiendo perfectamente el sonido (magnífica edición de sonido) con la música, y todo esto junto con la fotografía y el montaje de la cinta. Crea una verdadera experiencia audio-visual, yendo mucho más allá del estilo puramente videoclipero esperable. Sólo por esto ya merecería ver la película, definitivamente.

Además, hay escenas realmente buenas, muy potentes, que dejan entrever una complejidad emocional en algunos personajes y situaciones a base, muchas veces, de pura técnica narrativa cinematográfica. Los dilemas del protagonista están bien plasmados, mucho mejor que los de los personajes secundarios, por norma.


Los planos en Baby Driver siguen siendo de lo mejor que ofrece el director.

Quiero hacer una mención también al que puede ser, en parte, el origen de mi decepción. Veréis, el resto de las películas de Edgar Wright, dirigidas y co-guionizadas por él, son claramente comedias. Homenajeando otros géneros, como el cine de zombies, de policías o incluso el de los cómics, pero esencialmente comedias. Tienen un sentido del humor brillante, muy británico, negro, absurdo e irónico. Son de los pocos ejemplos de comedia visual inteligente que se me ocurren, donde tanto el diálogo como la cámara te hacen reír. Por no hablar de la ingente cantidad de humor de fondo, en segundo plano, que contienen para aquellos atentos a los detalles, que invitan a volver a verlas y a volver a reírse con ellas más de una y de dos veces.

Pero Baby Driver no es una comedia, es una película de acción, con un poco de romance, una chispita de drama, y unos pocos momentos cómicos que, aunque funcionan, no dan para calificarla como tal. Y yo me pregunto si no será que, sencillamente, Edgar Wright es un buen director y guionista de comedias, sin herramientas aún para aplicar su talento narrativo a otros géneros. Si es así, celebro y me alegro de que haga incursiones y experimentos en otros terrenos, pero este primer intento, bajo mi punto de vista, demuestra que aún le falta madurar como guionista.

El ejemplo perfecto sería el final de la película. Sin destripar nada, diré solo que los últimos cinco minutos de metraje son tan predecibles que uno se queda sorprendido sólo de que se hayan atrevido a terminar así. Tan tontamente. Tirando por tierra casi todo el mensaje de la historia, y con él buena parte de la credibilidad que tanto se ha trabajado en otros momentos. La sensación al ver aparecer los títulos de crédito no puede calificarse como otra cosa que pena. Tanto talento puesto al servicio de tan poca historia, de un final tan manido. Tanto potencial desperdiciado. Tantas oportunidades perdidas. Un guión a la altura de sus capacidades como director no debería haber permitido un final así.

En conclusión, diría que hay dos formas de ver esta película. Se podría decir que, comparándola con los estándares del cine actual de su género, Baby Driver funciona entre altibajos (con más altos que bajos, oiga) para ofrecer en conjunto dos horas de entretenimiento visual notable. Entre remakes, secuelas, adaptaciones y franquicias supone un soplo de aire fresco y reinventa el cine de acción comercial aportando una honesta originalidad y un producto sólido.

Sin embargo, si la comparamos, no con el género de acción de los últimos años, sino con la filmografía previa del director, nos encontramos una cinta floja y decepcionante, que sigue teniendo trazas evidentes del estilo del autor, pero que cae en fallos demasiado básicos e inesperados. Es más difícil perdonárselos, precisamente, porque ya hemos visto de lo que es capaz.

El otro día vi a una amiga que había visto recientemente Wonder Woman. Le pregunté su opinión. Me dijo, textualmente: “es la mejor de DC, pero eso no significa que sea buena”. Y yo le hablé de Baby Driver: “es la peor de Edgar Wright, pero eso no significa que sea mala”.



PUNTUACIÓN: 7/10



TRAILER:


Crítica realizada por Lidya Descals.